Un sábado por la mañana del otoño de 1984 aparecieron unas marionetas de nariz achatada en televisión. Eran los electroduendes, los «duendes de la electrónica», y hablaban un lenguaje que tomaba sus voces de la electricidad: «Se me erizan los baudios», «me tiemblan los émbolos».
Los trajo La Bola de Cristal, un programa mítico por sus chispazos creativos y transgresores en un país que, eufórico, por fin echaba a andar por las rutas desconocidas de la libertad. La Bola estrenaba una fórmula inédita hasta entonces: hablar en dos idiomas a la vez. Uno para los niños, que al parecer del guionista que los escribía, Santiago Alba Rico, «disfrutaban el sabor, la materialidad sonora y narrativa de las palabras y de los personajes», y otro que emocionaba a los adultos que reconocían entre los versos «una crítica a una transición democrática que muchos ya percibían como insuficiente o truncada».
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